Al Vampire, ya lo contaba en su día, le di bastante a principios de siglo como una sana secuela del Magic. Su final vino como la sobredosis de una estrella del rock cuando sus siete mil expansiones dejaron de hacerme tilín. Es más, cuando finalmente me decidí a comprarme una caja de mazos con un colega y por fin tenia un montón de cartas (pero tampoco nada del otro jueves), me aburrí del juego.











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